viernes, 24 de junio de 2016

Los libros de bolsillo son para el verano


Siempre me sucedía lo mismo en las ya lejanas vacaciones de verano en la playa. Era imposible calcular si con el libro que ya había empezado me llegaba para la quincena.

Porque amén de cosas como el tamaño de letra o el interlineado, que influyen en la relación página / minuto, cómo se diera la estancia modificaba de manera impredecible cualquier pronóstico.

Aquellas vacaciones en las que no paré de salir a hacer el ganso con unos amigos que hice del bloque de al lado dejaron el marcapáginas del libro que llevaba desde Madrid en el mismos sitio en el que vino (probablemente al principio de un capítulo). Al otro lado, las insufribles vacaciones en las que me apreté enteros los dos segundos volúmenes de mi edición del Señor de los Anillos (y las convirtieron en memorables).

Imposible hacer cuentas.

Menos mal que, por entonces (y espero que todavía), las tiendas a pie de playa tenían, entre toallas, flotadores, colchonetas de cocodrilo y cremas solares, un stand giratorio de metal atestado de libros de bolsillo.

Por el color sabías dónde mirar: era mejor seguir una saga o autor conocido que andar aventurándose en territorio desconocido (y ser peor el remedio que la enfermedad). Le dabas cuatro o cinco vueltas a ese armatoste chirriante intentando leer en los lomos un nombre conocido: King, Koontz, Rice (se me está viendo mucho el plumero) que nos acompañara en las horas de calma, de piscina, de espera.

De bolsillo era también el libro que había venido en la maleta. Ni pensar en acercar a la arena cualquiera de las ediciones en rústica o cartoné que solía leer en casa. Porque claro, llevando mochila, o bolso, o maletín, bien puedo uno cargar con un tomo bien encuadernado. Pero a la playa, entre sombrilla, tumbona, balón de Nivea y colchoneta cocodrilo es mejor llevar algo blando y de poco precio, por si se nos cae donde no debe, o se lo come una sirena varada.

Libros de bolsillo pequeños, manejables, que podías abrir hasta ver el encolado, apoyar boca abajo en el césped de la piscina, echar sin miedo a la bolsa de las toallas. Que nos esperaban en la tienda o el quiosco para salvarnos de la soledad de una mala planificación. Que me presentaron a Terry Pratchett y Anne Rice. Que, ya en cualquier estación, permitieron a mi economía adolescente seguir manteniendo mi vicio más antiguo. Rojos, blancos, amarillos. Baratos. Siempre disponibles. De bolsillo.

Es verano. Época de libros de bolsillo.

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